jueves, 19 de febrero de 2015

Chen-Ji. Un restaurante chino de verdad

Aprovechando que hoy se inicia el Año Nuevo Chino quiero hablaros del que está considerado como uno de los mejores y más auténticos restaurantes chinos de nuestra ciudad. Se trata del restaurante Chen-Ji que está situado en la calle Ali-Bei nº 65, muy cerca de l'Arc de Triomf y la Estació del Nord, una zona de Barcelona en la que en los últimos años se ha instalado una gran parte de la comunidad china, que vive en nuestra ciudad, y donde se han abierto negocios de todo tipo, desde supermercados, bazares, panaderías chinas, tiendas de moda, peluquerías, centros de estética, agencias de viaje hasta autoescuelas y escuelas para poder aprender el chino.

Volviendo a hablar de Chen-Ji he de deciros que se aparta del típico restaurante chino al que estamos acostumbrados a ir a comer el arroz tres delicias y los rollitos de primavera, platos que lógicamente no se encuentran en su carta. Tampoco su decoración te hace pensar que estás comiendo en un restaurante chino pues carece de toda ornamentación tanto en las paredes como en el techo del que no cuelga ningún farol rojo. En cambio sorprende encontrar en sus mesas las cajas de pañuelos de papel a modo de servilletas y las botellas de litro de soja.

Si vas a comer a Chen-Ji podrás elegir entre una amplia variedad de platos con los que cuenta su carta. Citar entre ellos a modo de ejemplo: la sopa Ramen con tallarines hechos a mano, los Xiao Long Bao que son los típicos panecillos en forma de pequeños sacos rellenos de carne, los Guo Tie, empanadillas chinas de berenjena frita con carne picada, el pato en sus diferentes variedades, el arroz frito Mei Cai, la ternera con salsa de ostras, el cerdo con salsa Pekin, el pollo estilo Gon-Bao con cacahuetes y pimiento o el sable salteado con salsa de soja.

También tienes otras opciones para comer, muchos menos comunes, tales como la medusa, la rana frita, las lenguas de pato, los tendones de ternera, el huevo hervido con té, los raviolis de fécula o los intestinos de cerdo.

En un principio su clientela era básicamente china pero el boca a boca a hecho que se haya dado a conocer entre la población no china, así que hay veces que está bastante lleno y aunque tiene dos plantas tienes que esperar para conseguir mesa.


Por último, destacar que sus precios son muy adsequibles y las raciones abundantes, por tanto la relación calidad-precio hace que resulte ser también muy recomendable. Además, tienes la opción más low cost que es comer de lunes a viernes un buffet por 6€ servido en bandeja metálica tipo rancho militar.
 clientes occidentales se dividen entre estudiantes, que también aspiran esas urgencias a bajísimo precio, o comensales que exploran la carta con 162 entradas. El rollito de primavera no es una de ellas, ni el arroz tres delicias.
Esas especialidades han sido desterradas de estas páginas encuadernadas con tapas de imitación de piel.

En las paredes, ningún farolillo, dragón llameante o molduras rojas. El aspecto es el de otro bar atropellado y sin interés.

En las mesas, botes de soja de un litro y ¡pañuelos del Mercadona! en lugar de servilletas. Nada de lo escrito hasta aquí parece apetecible.

He ido con amigos desconfiados, a los que el entorno ha erizado la piel hasta que se han metido en la boca los guo tie (empanadillas tostadas por una cara) y han llorado de alegría con la factura (nueve piezas, 3,50 euros).

Varias recomendaciones para los que se adentren en el antro.
Mejor ser varios porque las raciones son tamaño Homer Simpson.
Compartir es un placer y una necesidad.
Jamás hay que desesperarse si la cara del camarero es menos expresiva que la piel de un tambor.
En este ámbito, el extranjero eres tú.
Durante un tiempo hubo un sudamericano, lo que facilitaba el diálogo, pero ha desaparecido. Sé atrevido: un mundo de vísceras se abre ante ti, aunque me disgustaron los intestinos crujientes porque cerdeaban.

Pasado el susto de la casquería, vayamos a por un combinado ganador. Los tallarines hechos a mano (superiores a los del vecino Kaixuan), las bolas de masa rellenas (xiao long bao, bastas pero ricas) y las ancas de rana rebozadas (mejorables).

Dejo para el remate lo mejor, el plato más caro, a 12,50 euros: el pato Pekín. Estoy en condiciones de escribir que es uno de los mejores de la ciudad. Incrédulos, es así. Al menos se necesitan dos bocas para dar fin al ánade.
Las obleas, finas, calientes.
La salsa hoisin, la cebolleta, el pepino, los encurtidos.
Y el pato, la piel cruuujiente.
Lo he comido cada vez y cada vez me ha desconcertado la calidad. ¿Cómo es posible?
- See more at: http://rdp.elperiodico.com/restaurante/chen-ji/#sthash.VRnPzpPT.dpuf

Los clientes occidentales se dividen entre estudiantes, que también aspiran esas urgencias a bajísimo precio, o comensales que exploran la carta con 162 entradas. El rollito de primavera no es una de ellas, ni el arroz tres delicias.
Esas especialidades han sido desterradas de estas páginas encuadernadas con tapas de imitación de piel.

En las paredes, ningún farolillo, dragón llameante o molduras rojas. El aspecto es el de otro bar atropellado y sin interés.

En las mesas, botes de soja de un litro y ¡pañuelos del Mercadona! en lugar de servilletas. Nada de lo escrito hasta aquí parece apetecible.

He ido con amigos desconfiados, a los que el entorno ha erizado la piel hasta que se han metido en la boca los guo tie (empanadillas tostadas por una cara) y han llorado de alegría con la factura (nueve piezas, 3,50 euros).

Varias recomendaciones para los que se adentren en el antro.
Mejor ser varios porque las raciones son tamaño Homer Simpson.
Compartir es un placer y una necesidad.
Jamás hay que desesperarse si la cara del camarero es menos expresiva que la piel de un tambor.
En este ámbito, el extranjero eres tú.
Durante un tiempo hubo un sudamericano, lo que facilitaba el diálogo, pero ha desaparecido. Sé atrevido: un mundo de vísceras se abre ante ti, aunque me disgustaron los intestinos crujientes porque cerdeaban.

Pasado el susto de la casquería, vayamos a por un combinado ganador. Los tallarines hechos a mano (superiores a los del vecino Kaixuan), las bolas de masa rellenas (xiao long bao, bastas pero ricas) y las ancas de rana rebozadas (mejorables).

Dejo para el remate lo mejor, el plato más caro, a 12,50 euros: el pato Pekín. Estoy en condiciones de escribir que es uno de los mejores de la ciudad. Incrédulos, es así. Al menos se necesitan dos bocas para dar fin al ánade.
Las obleas, finas, calientes.
La salsa hoisin, la cebolleta, el pepino, los encurtidos.
Y el pato, la piel cruuujiente.
Lo he comido cada vez y cada vez me ha desconcertado la calidad. ¿Cómo es posible?
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Los clientes occidentales se dividen entre estudiantes, que también aspiran esas urgencias a bajísimo precio, o comensales que exploran la carta con 162 entradas. El rollito de primavera no es una de ellas, ni el arroz tres delicias.
Esas especialidades han sido desterradas de estas páginas encuadernadas con tapas de imitación de piel.

En las paredes, ningún farolillo, dragón llameante o molduras rojas. El aspecto es el de otro bar atropellado y sin interés.

En las mesas, botes de soja de un litro y ¡pañuelos del Mercadona! en lugar de servilletas. Nada de lo escrito hasta aquí parece apetecible.

He ido con amigos desconfiados, a los que el entorno ha erizado la piel hasta que se han metido en la boca los guo tie (empanadillas tostadas por una cara) y han llorado de alegría con la factura (nueve piezas, 3,50 euros).

Varias recomendaciones para los que se adentren en el antro.
Mejor ser varios porque las raciones son tamaño Homer Simpson.
Compartir es un placer y una necesidad.
Jamás hay que desesperarse si la cara del camarero es menos expresiva que la piel de un tambor.
En este ámbito, el extranjero eres tú.
Durante un tiempo hubo un sudamericano, lo que facilitaba el diálogo, pero ha desaparecido. Sé atrevido: un mundo de vísceras se abre ante ti, aunque me disgustaron los intestinos crujientes porque cerdeaban.

Pasado el susto de la casquería, vayamos a por un combinado ganador. Los tallarines hechos a mano (superiores a los del vecino Kaixuan), las bolas de masa rellenas (xiao long bao, bastas pero ricas) y las ancas de rana rebozadas (mejorables).

Dejo para el remate lo mejor, el plato más caro, a 12,50 euros: el pato Pekín. Estoy en condiciones de escribir que es uno de los mejores de la ciudad. Incrédulos, es así. Al menos se necesitan dos bocas para dar fin al ánade.
Las obleas, finas, calientes.
La salsa hoisin, la cebolleta, el pepino, los encurtidos.
Y el pato, la piel cruuujiente.
Lo he comido cada vez y cada vez me ha desconcertado la calidad. ¿Cómo es posible?
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